Durante estos años, ha comprobado cómo la diálisis ha evolucionado positivamente. “Antes me dializaba con acetato y ahora con bicarbonato. Las máquinas primeras no tenían nada que ver con las de ahora, que son mucho mejores. Al principio tenía calambres, malestar, pero ahora lo llevo muy bien”, señala.
A lo largo de estas tres décadas de diálisis, ha tenido una fiel compañera: su fístula. “Tiene 33 años. Nunca me ha dado problemas”.
Su día a día se parece al de un jubilado cualquiera: “me levanto y salgo a la calle con los amigos, a pasear y charlar. Luego regreso a casa para comer y descansar, y poco más”, sostiene, aunque añade, casi como anécdota, que hace 9 años le amputaron una pierna: “es que tengo la circulación muy mal. Pero me apaño bien con la pierna ortopédica que me pusieron. Hay que tirar ‘palante’. No hay otra”.
Los lunes, miércoles y viernes acude a diálisis a las 8 de la mañana. “Tardo poco, 10 minutos, con mi coche sin carnet”. Allí se conoce a todo el personal, “son 30 años y he visto a muchas personas pasar por la clínica. Son todos muy buena gente. Estoy muy contento con todos”. Tampoco se queja del tiempo que tiene que pasar en diálisis, “estoy tranquilo, charlo con los compañeros, veo la tele un rato y, a veces, me echo una cabezada”.
Su templanza se extiende a todos los aspectos de su vida y, aunque le gustan los famosos Carnavales de Cádiz, dice que prefiere verlos desde su salón. Junto con su mujer, sus dos hijos y cuatro nietos (Adrián, Ainhoa, Aida y Anaís) celebra cada año la Navidad y aunque tiene limitaciones por su dieta, no se queja: “todos están acostumbrados a mi enfermedad, y saben que no puedo comer de todo. Pero ellos disfrutan y yo también, a mi manera”.