Pilar Servera Delgado tiene 32 años y vive en Cala Bona (Palma de Mallorca). Se podría decir que, hace un año, la suya era una vida normal. “Era ayudante de cocina, tenía el turno partido y, cuando no estaba en el hotel, me gustaba ir al gimnasio o a pasear por la playa o el campo. No me puedo quedar quieta”, asegura, mientras reconoce que toda esa actividad se frenó en seco.
El primer gran parón le llegó el 21 enero de 2023. Fue en “los foguerons”, una celebración mallorquina relacionada con la festividad de Sant Antoni, el patrón de los labradores. Ese día sufrió una agresión que la condujo directamente al hospital con una herida en la cara y sin saber cómo iba a ser su aspecto físico a su salida
Ahora, la cicatriz visible se nota poco, pero la que todavía sigue es la interior: “reacciono mal cuando alguien se dirige a mí en la calle, o sin avisar. Es algo que estoy tratando con un psicólogo”, explica.
Este especialista también le está ayudando con el segundo gran golpe de ese año: la insuficiencia renal crónica. “Me pilló por sorpresa porque no esperaba que a mi edad tuviera que dializarme”. Pilar sí sabía que la diabetes le había condicionado desde que a los dos años se la diagnosticaron, sabía que debía cumplir una dieta y medir sus niveles de glucosa diariamente para saber cuánta insulina ponerse, pero no pensó que estuviera dañando tanto sus riñones. Sin embargo, salió del hospital con un catéter para realizar terapia de diálisis tres veces por semana.
Desde el pasado 22 de febrero, se ha abierto otro nuevo capítulo en su vida: entrar en lista de espera para trasplante. Sin embargo, el suyo no va a ser una intervención habitual de injerto de riñón ya que el objetivo es hacerle un trasplante de páncreas-riñón simultáneo. “Será en el Hospital Clínic de Barcelona, que es donde hacen este tipo de trasplantes”, indica.
Reflexiona sobre su futuro y sonríe cuando piensa en la posibilidad de “curarse de la diabetes”. “Fíjate que nunca había pensado que esto fuera posible y ahora puede ser gracias al trasplante”. No obstante, tiene los pies en la tierra porque sabe que, personas trasplantadas son “pacientes para toda la vida, porque siempre hay que tratarse con inmunosupresores”.
Mientras llega ese momento, Pilar tiene claro que a las personas que deban empezar ahora con una diálisis les hablaría claro: “les diría que es algo duro, pero que miren a la gente que tiene alrededor, que no están solas, que además de su familia tienen a los sanitarios que son estupendos. También les recomendaría que no se paralicen y que, si un día salen peor de la diálisis, que vuelvan a moverse al día siguiente, porque es la única manera de continuar activas. Si se necesita ayuda, se pide; si hay que llorar, se llora. Pero, siempre hay que salir adelante”.